- Economicismo y etnocentrismo, valores de la modernidad.
Otro de los rasgos característicos del mundo moderno es el 'triunfo de los valores económicos sobre cualquier otro', el escenario de una invasión de la economía a otros territorios (la política, las relaciones sociales...). También es la etapa de mayor 'destrucción de naturaleza' por parte de los seres humanos organizados. Se destruye naturaleza reduciendo ésta a la categoría de materias primas y mercancías (el concepto tan extendido de "recursos naturales" es bien expresivo al respecto) y se presta especial atención al 'nivel de vida' de personas y comunidades, que es definido en términos económicos, al tiempo que la sociedad hace el encargo de mantener ese "nivel de vida", por norma general, a los hombres, si bien es preciso reconocer que la "calidad de vida", una cuestión de otro orden, está asociada a los trabajos que desarrollan mayoritariamente las mujeres.
Al mismo tiempo, el paradigma reinante es marcadamente 'etnocéntrico'. Se basa en el dominio de Occidente y de la forma de ver del mundo occidental sobre el resto del planeta. Y se afianza sobre una ilusión: 'la reproducción de Occidente por el Occidente mismo' (1). También en una pasión un tanto viajera: conocer el mundo, nombrarlo (apropiarse de él) y regresar a casa. Ésta es una pasión típicamente masculina, ligada al macrocosmos, frente a la pasión femenina, generalmente más vinculada al microcosmos, en la que prima sobre la visión general una visión particular: ver "nuestro" mundo, nombrarlo (ser de él, hacernos parte de él) y cuidarlo en solidaridad con cuanto nos rodea.
La idea largamente perseguida de 'conocimiento/apropiación del mundo', característica del hombre blanco occidental, toma forma, en nuestra Modernidad, en el modelo ilustrado de la lógica de la razón, un modelo que, si bien inicialmente fue liberador respecto de los mitos religiosos, en su devenir cayó en el exceso de creer que todo se reduce, finalmente, a una cuestión epistemológica: que la vida es, esencialmente, un objeto de conocimiento (más que una ocasión para el sentimiento, la experiencia, la compasión...); que conocer ya es amar; concluyendo en una idea y en una práctica que recorren nuestro tiempo: 'el conocimiento como poder'. Idea y práctica que, en un planeta globalizado, ha generado un ancho desprecio hacia los 'saberes' que se construyen por una vía distinta de la científica, como son los saberes femeninos de carácter experiencial.
Porque el conocimiento descriptivo, analítico, de la realidad ha formado parte esencial del 'modelo reduccionista de la ciencia moderna', lo cual, en sí mismo, no deja de ser útil a los fines de una parte de la ciencia misma. El problema es que ese paradigma científico ha ido invadiendo otros territorios que no le eran propios. El mundo socio-cultural, la vida familiar, los roles masculino y femenino se han visto afectados, así, por un mito racionalista que fue arrinconando el valor de los afectos, la importancia de la naturaleza, la complejidad de lo vivo, el papel no antagónico sino complementario de los contrarios... De ahí a un ideal de homogeneización no hay más que un paso: el que se ha dado en la última etapa de la Modernidad, un periodo que ha visto más destrucción de diversidad ecológica y cultural que el resto de nuestra historia. Un momento en el que asistimos a la destrucción de múltiples culturas originarias, a la pérdida de lenguas ancestrales, a la eliminación, en suma, de la gran riqueza de la diversidad.
(Notas):
(1) Sinaceur, M. A., en Perroux, F. (1984): 'El desarrollo y la nueva concepción de la dinámica económica', Serbal/UNESCO, Barcelona.
(María Novo, Catarata)
Otro de los rasgos característicos del mundo moderno es el 'triunfo de los valores económicos sobre cualquier otro', el escenario de una invasión de la economía a otros territorios (la política, las relaciones sociales...). También es la etapa de mayor 'destrucción de naturaleza' por parte de los seres humanos organizados. Se destruye naturaleza reduciendo ésta a la categoría de materias primas y mercancías (el concepto tan extendido de "recursos naturales" es bien expresivo al respecto) y se presta especial atención al 'nivel de vida' de personas y comunidades, que es definido en términos económicos, al tiempo que la sociedad hace el encargo de mantener ese "nivel de vida", por norma general, a los hombres, si bien es preciso reconocer que la "calidad de vida", una cuestión de otro orden, está asociada a los trabajos que desarrollan mayoritariamente las mujeres.
Al mismo tiempo, el paradigma reinante es marcadamente 'etnocéntrico'. Se basa en el dominio de Occidente y de la forma de ver del mundo occidental sobre el resto del planeta. Y se afianza sobre una ilusión: 'la reproducción de Occidente por el Occidente mismo' (1). También en una pasión un tanto viajera: conocer el mundo, nombrarlo (apropiarse de él) y regresar a casa. Ésta es una pasión típicamente masculina, ligada al macrocosmos, frente a la pasión femenina, generalmente más vinculada al microcosmos, en la que prima sobre la visión general una visión particular: ver "nuestro" mundo, nombrarlo (ser de él, hacernos parte de él) y cuidarlo en solidaridad con cuanto nos rodea.
La idea largamente perseguida de 'conocimiento/apropiación del mundo', característica del hombre blanco occidental, toma forma, en nuestra Modernidad, en el modelo ilustrado de la lógica de la razón, un modelo que, si bien inicialmente fue liberador respecto de los mitos religiosos, en su devenir cayó en el exceso de creer que todo se reduce, finalmente, a una cuestión epistemológica: que la vida es, esencialmente, un objeto de conocimiento (más que una ocasión para el sentimiento, la experiencia, la compasión...); que conocer ya es amar; concluyendo en una idea y en una práctica que recorren nuestro tiempo: 'el conocimiento como poder'. Idea y práctica que, en un planeta globalizado, ha generado un ancho desprecio hacia los 'saberes' que se construyen por una vía distinta de la científica, como son los saberes femeninos de carácter experiencial.
Porque el conocimiento descriptivo, analítico, de la realidad ha formado parte esencial del 'modelo reduccionista de la ciencia moderna', lo cual, en sí mismo, no deja de ser útil a los fines de una parte de la ciencia misma. El problema es que ese paradigma científico ha ido invadiendo otros territorios que no le eran propios. El mundo socio-cultural, la vida familiar, los roles masculino y femenino se han visto afectados, así, por un mito racionalista que fue arrinconando el valor de los afectos, la importancia de la naturaleza, la complejidad de lo vivo, el papel no antagónico sino complementario de los contrarios... De ahí a un ideal de homogeneización no hay más que un paso: el que se ha dado en la última etapa de la Modernidad, un periodo que ha visto más destrucción de diversidad ecológica y cultural que el resto de nuestra historia. Un momento en el que asistimos a la destrucción de múltiples culturas originarias, a la pérdida de lenguas ancestrales, a la eliminación, en suma, de la gran riqueza de la diversidad.
(Notas):
(1) Sinaceur, M. A., en Perroux, F. (1984): 'El desarrollo y la nueva concepción de la dinámica económica', Serbal/UNESCO, Barcelona.
(María Novo, Catarata)