Mujer y medio ambiente: los caminos de la visibilidad. Utopías, educación y nuevo paradigma (coord. María Novo) [Entrega 7]

- ¿Qué visión de la vida nos proponen los defensores de la naturaleza?

Se dice que la naturaleza no tiene voz (y algunos pensamos que sí la tiene, sólo que es preciso mucho tiempo y silencio para escucharla...). Sea como fuere, lo cierto es que, por fortuna, en la segunda mitad del siglo XX han florecido miles de movimientos ecologistas y ambientalistas para dar a esa naturaleza callada su voz, para reivindicar, en su nombre, un tratamiento justo para los bienes de la Tierra.

Entre los primeros defensores del planeta se sitúa Aldo Leopold, un ingeniero forestal y ecólogo estadounidense que dio origen a la 'ética ecológica', uniendo sus observaciones naturalistas con una profunda reflexión axiológica sobre las relaciones entre los seres humanos y la biosfera. De Leopold aprendimos la idea de la "comunidad biótica" como una "comunidad de intereses" (1). Esa comunidad aglutina a hombres y mujeres junto con todos los seres vivos del planeta. Entenderla como una comunidad de intereses significa aceptar, al fin, que todos viajamos en el mismo barco y que, en definitiva, nos une 'un interés común: el mantenimiento de la vida sobre la Tierra'.

Las consideraciones de Leopold tienen un alcance ecológico y ético importante, pues no sólo nos presentan a la Tierra como un sistema complejo y dinámico en el que la especie humana interacciona constantemente con el resto (y depende de esas interacciones para vivir), sino que también se extienden al plano moral, al afirmar que "una cosa es justa cuando tiende a conservar la integridad, la estabilidad y la belleza de la comunidad biótica; es equivocada cuando se inscribe en una tendencia distinta" (2) y, de ese modo, establecen 'nexos morales' entre las personas y el resto del mundo vivo no humano.

El contrato social (Jean-Jacques Rousseau) [Entrega 7]

- Capítulo 7: Sobre el soberano.

Se puede observar mediante esta fórmula que el acto de asociación conlleva un compromiso recíproco del público con los particulares y que cada individuo, al pactar, por decirlo así, consigo mismo, se compromete en un doble sentido; a saber, como miembro del soberano con relación a los particulares y como miembro del Estado respecto al soberano. Ahora bien, aquí no se puede aplicar la máxima del derecho civil según la cual nadie está obligado a respetar los compromisos contraídos consigo mismo; pues hay mucha diferencia entre obligarse consigo mismo o con un todo del que se forma parte.

Es necesario observar también que la deliberación pública, que entraña la obediencia de todos los súbditos al soberano, debido a las dos diferentes relaciones bajo las cuales cada uno de ellos puede ser considerado, no puede, por la razón contraria, obligar al soberano para consigo mismo y que, en consecuencia, es contrario a la naturaleza del cuerpo político que el soberano se imponga una ley que no pueda infringir. Al no poder considerarse más que bajo una sola y misma relación, se encuentra en el caso de un particular que contrata consigo mismo: de donde se deduce que no hay ni puede haber ningún tipo de ley fundamental obligatoria para todo el cuerpo del pueblo, ni siquiera el contrato social. Lo que no significa que este cuerpo no pueda comprometerse con otro en aquello que no derogue este contrato, porque, en lo que respecta al extranjero, es un simple ser, un individuo.

Hedy Epstein. Sólo se trata de vivir

En su vida no lo vio todo, pero sí tanto como para espantarse y denunciar esta semana que la policía de Ferguson, un pueblo del estado de Missouri, se comporta como una fuerza militar represiva; que las balas que el 9 de agosto aterrorizaron a manifestantes y asesinaron al adolescente afroamericano Michael Brown estaban arrastrando a un estado social de terror con difícil retorno. A sus 90 años, Hedy Epstein, sobreviviente del Holocausto, una de las activistas pro-Palestina más célebres y lideresa del movimiento Gaza Libre, avisa que el mundo se está moviendo bajo los pies a la velocidad de la noche, a oscuras y a los tumbos. Esta semana la detuvieron por manifestar contra la violencia policial frente al Nixon Building, un centro administrativo de la gobernación local. Junto con otras y otrxs gritó las consignas “¡Se enfrentan a uno, se enfrentan a todos!”, “¿A quién sirven?”, “¿A quién protegen?”. Se la llevaron dos uniformadas inmensas, de una hibridez inquietante. Hubo tiempo de fotos y de constatar que sigue entera, menuda, encendida. Días después, cuando fue liberada y dijo con los ojos humedecidos por la preocupación que esta vez la cosa iba en serio y “era horrible”, Hedy prometió que algo de todo esto volverá a decir el 21 de octubre, frente al tribunal que la acusa de “no haberse dispersado” cuando se lo ordenaron. “La policía está incitando deliberadamente a la violencia”, sentenció.

Hija de comerciantes judíos, logró escapar de Alemania en uno de los trenes que Inglaterra dispuso para el traslado y salvataje de unos 10.000 niños y niñas entre 1938 y 1939. Su familia no pudo escapar a la cacería y al posterior cautiverio en los campos de concentración. Primero en Gurs, y más tarde en Auschwitz, que devoró todo rastro. Hedy volvió a Alemania, huérfana y adulta, para colaborar con el gobierno estadounidense. Primero con la División de Censura Civil, y más tarde en el Nuremberg Medical, donde se juzgó a los médicos acusados de realizar experimentos con prisionerxs de los campos de concentración. Fue radicarse en los Estados Unidos y comenzar a activar en causas de derechos humanos y de justicia social; pidió equidad de vivienda, abogó por el derecho al aborto. Fue delegada de paz en Guatemala, Nicaragua y Camboya. Hizo cinco viajes, desde 2003, a la Franja de Gaza. Nunca pierde la esperanza. Se le transformó en una vieja compañera de ruta. “Soy una optimista empedernida; creo que algún día habrá paz, pero muchas cosas deben cambiar antes que eso suceda. Además, si los Estados Unidos dejaran de financiar a Israel, sería otra manera de lograr la paz.”

En uno de sus primeros viajes a la Cisjordania ocupada, en 2004, fue sometida por fuerzas de seguridad del aeropuerto Ben Gurion, cerca de Tel Aviv. “Nunca imaginé que las fuerzas de seguridad israelíes abusarían de una sobreviviente del Holocausto de 79 años.” La retuvieron durante cinco horas, la desnudaron “y revisaron cada cavidad de mi cuerpo. El único propósito concebible de esta flagrante violación a mi integridad física fue humillarme y aterrorizarme. Pero tuvo el efecto contrario. Me hizo más decidida a expresarme en contra de los abusos cometidos por el gobierno israelí y su ejército”.

A 74 años de su asesinato: Trotsky y su época (Guillermo Almeyra)

Trotsky nació, vivió, luchó y fue asesinado hace 74 años en un mundo preñado de revoluciones anticapitalistas y de liberación nacional, pero marcado también por contrarrevoluciones originadas por el temor al desarrollo impetuoso del movimiento obrero revolucionario, que entonces era internacionalista. El fin de la Segunda Guerra Mundial, ya sin Trotsky, abrió una etapa completamente diferente, aunque aceleró los movimientos anticolonialistas e independentistas en todo el mundo, cuyos ejemplos más potentes fueron la Revolución china, en Asia; la argelina, en África, y la cubana, en América Latina. Ese fin de guerra presenció una ola revolucionaria mundial, pero sin revolucionarios socialistas que supieran encauzarla y con los partidos socialistas y comunistas empeñados en reconstruir los estados capitalistas como en Italia, Francia o Bélgica.

Stalin, por otra parte, condujo la guerra en la entonces Unión Soviética como una Gran Guerra Patria, por la Madre Rusia, fomentó el gran nacionalismo ruso, recurrió a los héroes del imperio zarista, reintrodujo en el ejército antes Rojo los capellanes ortodoxos y el poder y las charreteras de los oficiales, restituyó bienes a la Iglesia ortodoxa. Sus continuadores, incluido Vladimir Putin, fomentaron la nostalgia por el zarismo, así como el nacionalismo chauvinista y xenófobo. Los partidos comunistas de todo el mundo abandonaron el internacionalismo y desarrollaron el nacionalismo en los países donde actuaban y se llegó así, por ejemplo, a guerras entre China y Vietnam. Mientras en las ex colonias el nacionalismo era liberador, anticolonialista, en el resto del mundo, en cambio, subordinó por décadas a los trabajadores a la idea falsa de una alianza con las burguesías nacionales para lograr el desarrollo bajo la dirección del aparato estatal.

Ese desarrollismo capitalista de entidades estatales enanas abrió el camino a las trasnacionales y la mundialización dirigida por el capital financiero y facilitó la derrota mundial de los trabajadores y de sus organizaciones tradicionales (sindicatos, partidos socialistas y comunistas). Los socialdemócratas se metamorfosearon en ese proceso en liberalsocialistas, llevando a sus últimas consecuencias su aceptación del capitalismo como supuesto único marco para la acción y los comunistas, en el mejor de los casos, se transformaron en socialdemócratas dedicados sólo al parlamentarismo y a la farsa del electoralismo mientras los movimientos nacionalistas revolucionarios dieron origen a grupos burocráticos nacionalistas neoburgueses, corruptos y muy sensibles a las presiones burguesas locales y a las del gran capital extranjero, como el PRI, el peronismo o el partido oficialista argelino. En cuanto a los países aún "comunistas", como China, Vietnam o Corea del Norte, se dedican a construir un capitalismo de Estado a costa del nivel de vida de los trabajadores o, como el régimen de Pyongyang, una monarquía hereditaria sangrienta disfrazada de "socialista".