- Capítulo 1: La naturaleza y la mujer como sujetos: el valor de la utopía y de la educación (María Novo).
Abordar un tema integrador como el que nos proponemos obliga a examinar el papel que las sociedades patriarcales de los últimos siglos han otorgado a la naturaleza y a las mujeres, considerando el modo en que han sido valorados los bienes de la Tierra y las aportaciones femeninas al conjunto de la vida social. Porque ambas realidades pueden ser identificadas, en la historia del mundo moderno, como "objetos" de dominación, sometidos a una lógica que vulnera su propia identidad. Hablar, por tanto, de su condición de "sujetos" significa afrontar este tema desde un nuevo paradigma explicativo, que toma en cuenta el valor intrínseco de una naturaleza cada vez más explotada y degradada, así como también visibiliza todo el trabajo de producción y reproducción de la vida, en sus distintas manifestaciones, realizado históricamente por el colectivo femenino.
En los últimos tres siglos de nuestra historia, de la mano del modelo moderno del mundo, se fue extendiendo progresivamente una visión cartesiana, dualista, cuyos valores dominantes en el plano social, definidos desde la visión masculina y occidental de la vida, tuvieron la pretensión de servir como valores universales que alcanzasen a todos los seres humanos (pretensión que, por cierto, se sigue manifestando desde quienes tienen el poder en la sociedad de la globalización).
El escenario en el que han tenido lugar estos procesos es el de la Modernidad, un tiempo histórico ambivalente, en el que, por un lado, los esfuerzos de dominación sobre la mujer corren parejos con la dominación de la naturaleza y, por otro, se desarrolla con gran fuerza el proceso emancipador de las mujeres, verdaderas resistentes, pioneras en la lucha por hacer el planeta más equitativo y habitable, al tiempo que asistimos a la emergencia de un movimiento ecologista y ambientalista fuerte y bien articulado.
Ambos anticipan, como espero poder demostrar más adelante, muchos de los valores del actual pensamiento postmoderno, valores que, denominados tradicionalmente "femeninos", hablan de la no violencia, del cuidado de la naturaleza y de lo pequeño, de la comunicación..., y se han convertido en propuestas morales que acanzan a hombres y mujeres para la construcción de un planeta más equilibrado ecológica y socialmente. Valores que, junto con las mujeres, son defendidos mayoritariamente por los colectivos masculinos de corte ecologista, que los asumen como parte de un modelo más amable de relación de la humanidad con la biosfera.
Pero antes de entrar de lleno al tratamiento del tema, creo que es oportuno aportar algunas aclaraciones sobre la terminología a utilizar. En concreto, sobre lo que entiendo por Modernidad y Postmodernidad, sobre el concepto de paradigma y también en cuanto al significado que doy en el texto a la "utopía" y a los citados "valores femeninos".
Hablemos, inicialmente, de estos últimos, para decir que, bajo esa denominación, me referiré a valores generalmente vivenciados y expresados por las mujeres, que pretenden iluminar la moral directa, subjetiva y práctica, de la vida (frente a la eticidad abstracta del Estado o de la sociedad), con la peculiaridad de que, desde mi punto de vista, tales valores no son patrimonio exclusivo de las mujeres y, cada vez más, resultan ser compartidos por algunos hombres que participan de su filosofía e intentan rediseñar sus comportamientos de forma coherente con ellos, en el marco de una 'nueva masculinidad'.
Por lo que respecta al concepto de 'paradigma', lo utilizo, con un alcance amplio, en el sentido de 'cosmovisión', de un conjunto de modelos de interpretación del mundo y de formas de comprenderse en ese mundo para actuar sobre él.
Hay que reconocer que los conceptos de 'Modernidad' y 'Postmodernidad' están bastante contaminados por adherencias ideológicas, por lo que encuentro necesario clarificar que la primera, la Modernidad, es entendida en este trabajo fundamentalmente como el movimiento cultural que nace en los siglos XVI y XVII de la mano de la nueva ciencia positiva, movimiento que se consolida en la Ilustracion y que, en los siglos posteriores, incurre en una serie de excesos que conducen históricamente al triunfo desmedido de la economía neoliberal, al dominio de lo grande sobre lo pequeño, al aplastamiento del mundo emocional a manos del racionalismo y al éxito de la economía frente a la ética y la ecología. Dicho muy rápidamente, éste sería el diagnóstico final de una Modernidad tardía que llega hasta nuestros días.
La 'Postmodernidad' (también llamada Transmodernidad, Contramodernidad, Ultramodernidad...) es entendida en esta reflexión no tanto como un período histórico que sucede a la Modernidad cuanto como una corriente crítica de pensamiento y acción inscrita en el propio recorrido moderno; un movimiento de contestación de algunos de sus supuestos, que ya encontramos en el Romanticismo, en las Vanguardias artísticas, en los movimientos contraculturales del siglo XX. Esencialmente, el pensamiento postmoderno nos permite ver la historia de nuestro tiempo como un repertorio de teorías emancipatorias no cumplidas. Auschwitz, Hiroshima, son hitos que marcan ese incumplimiento sin retorno, pero también lo son, en el plano ambiental, Chernobil, Bhopal... Por no hablar de cuestiones de tipo estructural, como el sometimiento de los sectores pobres del planeta (el Sur) a los dictados del Norte, en el escenario de un mundo globalizado.
Algunos expertos consideran que 'el cambio de la añoranza de la unidad a la celebración de la diversidad' constituye la modificación más drástica producida en el tránsito de la Modernidad a la Postmodernidad (1). Lo postmoderno se ha ido abriendo paso como 'otra forma de ver la vida y de estar en ella'. Si yo tuviera que expresarlo (y debo hacerlo, con la brevedad que requiere este capítulo), diría que consiste en ver el mundo desde dentro y no desde fuera; en contemplarlo desde abajo y no desde arriba; en vivirlo desde las orillas y no desde la centralidad hegemónica que caracteriza a nuestro tiempo; también en aceptar la complejidad y pluralidad de lo vivo como una condición para el equilibrio dinámico del sistema en su conjunto.
En cuanto a la 'utopía', parece oportuno aclarar que este concepto no hace referencia a algo imposible de alcanzar, sino precisamente a aquello que no se encuentra en el "tópos" (el lugar en que estamos) pero puede ser considerado como un horizonte liberador. Paolo Freire llamó a estos ideales utópicos 'inéditos viables', cuestiones que están sin actualizar pero cuyo desarrollo es posible negociando y forcejeando con las condiciones del entorno. Lo utópico será, pues, a lo largo de este capítulo, ese 'horizonte de referencia' que señala históricamente los caminos a seguir, las etapas y sus recorridos... Una utopía que no ignora los límites y condiciones de la realidad pero que los supera a través de 'un proceso emancipador y creativo' en el que naturaleza y mujer son consideradas como sujetos.
Y, una vez que hemos aclarado estas cuestiones conceptuales, nada mejor para entrar en el tema que hacerlo desde esas mismas orillas, las que contienen todo aquello que el sistema no considera central (hoy día podría decirse que, en la sociedad de la globalización, todo lo que no cotiza en el mercado...). Y tanto la naturaleza como el trabajo femenino gozan de esa condición. La primera, porque ha llegado a ser considerada como un simple repertorio de "recursos" y un sumidero de desechos. Las mujeres, porque su trabajo, tal como se desarrolla mayoritariamente en el mundo, es, en gran parte, 'un quehacer de cuidado' que el mercado no ve y que, por tanto, no es valorado socialmente.
(Notas):
(1) Véase Welsch, W. (1997): "Topoi de la posmodernidad", en Fischer, H. R. 'et al.': 'El final de los grandes proyectos'. Gedisa. Barcelona.
(Catarata)
Abordar un tema integrador como el que nos proponemos obliga a examinar el papel que las sociedades patriarcales de los últimos siglos han otorgado a la naturaleza y a las mujeres, considerando el modo en que han sido valorados los bienes de la Tierra y las aportaciones femeninas al conjunto de la vida social. Porque ambas realidades pueden ser identificadas, en la historia del mundo moderno, como "objetos" de dominación, sometidos a una lógica que vulnera su propia identidad. Hablar, por tanto, de su condición de "sujetos" significa afrontar este tema desde un nuevo paradigma explicativo, que toma en cuenta el valor intrínseco de una naturaleza cada vez más explotada y degradada, así como también visibiliza todo el trabajo de producción y reproducción de la vida, en sus distintas manifestaciones, realizado históricamente por el colectivo femenino.
En los últimos tres siglos de nuestra historia, de la mano del modelo moderno del mundo, se fue extendiendo progresivamente una visión cartesiana, dualista, cuyos valores dominantes en el plano social, definidos desde la visión masculina y occidental de la vida, tuvieron la pretensión de servir como valores universales que alcanzasen a todos los seres humanos (pretensión que, por cierto, se sigue manifestando desde quienes tienen el poder en la sociedad de la globalización).
El escenario en el que han tenido lugar estos procesos es el de la Modernidad, un tiempo histórico ambivalente, en el que, por un lado, los esfuerzos de dominación sobre la mujer corren parejos con la dominación de la naturaleza y, por otro, se desarrolla con gran fuerza el proceso emancipador de las mujeres, verdaderas resistentes, pioneras en la lucha por hacer el planeta más equitativo y habitable, al tiempo que asistimos a la emergencia de un movimiento ecologista y ambientalista fuerte y bien articulado.
Ambos anticipan, como espero poder demostrar más adelante, muchos de los valores del actual pensamiento postmoderno, valores que, denominados tradicionalmente "femeninos", hablan de la no violencia, del cuidado de la naturaleza y de lo pequeño, de la comunicación..., y se han convertido en propuestas morales que acanzan a hombres y mujeres para la construcción de un planeta más equilibrado ecológica y socialmente. Valores que, junto con las mujeres, son defendidos mayoritariamente por los colectivos masculinos de corte ecologista, que los asumen como parte de un modelo más amable de relación de la humanidad con la biosfera.
Pero antes de entrar de lleno al tratamiento del tema, creo que es oportuno aportar algunas aclaraciones sobre la terminología a utilizar. En concreto, sobre lo que entiendo por Modernidad y Postmodernidad, sobre el concepto de paradigma y también en cuanto al significado que doy en el texto a la "utopía" y a los citados "valores femeninos".
Hablemos, inicialmente, de estos últimos, para decir que, bajo esa denominación, me referiré a valores generalmente vivenciados y expresados por las mujeres, que pretenden iluminar la moral directa, subjetiva y práctica, de la vida (frente a la eticidad abstracta del Estado o de la sociedad), con la peculiaridad de que, desde mi punto de vista, tales valores no son patrimonio exclusivo de las mujeres y, cada vez más, resultan ser compartidos por algunos hombres que participan de su filosofía e intentan rediseñar sus comportamientos de forma coherente con ellos, en el marco de una 'nueva masculinidad'.
Por lo que respecta al concepto de 'paradigma', lo utilizo, con un alcance amplio, en el sentido de 'cosmovisión', de un conjunto de modelos de interpretación del mundo y de formas de comprenderse en ese mundo para actuar sobre él.
Hay que reconocer que los conceptos de 'Modernidad' y 'Postmodernidad' están bastante contaminados por adherencias ideológicas, por lo que encuentro necesario clarificar que la primera, la Modernidad, es entendida en este trabajo fundamentalmente como el movimiento cultural que nace en los siglos XVI y XVII de la mano de la nueva ciencia positiva, movimiento que se consolida en la Ilustracion y que, en los siglos posteriores, incurre en una serie de excesos que conducen históricamente al triunfo desmedido de la economía neoliberal, al dominio de lo grande sobre lo pequeño, al aplastamiento del mundo emocional a manos del racionalismo y al éxito de la economía frente a la ética y la ecología. Dicho muy rápidamente, éste sería el diagnóstico final de una Modernidad tardía que llega hasta nuestros días.
La 'Postmodernidad' (también llamada Transmodernidad, Contramodernidad, Ultramodernidad...) es entendida en esta reflexión no tanto como un período histórico que sucede a la Modernidad cuanto como una corriente crítica de pensamiento y acción inscrita en el propio recorrido moderno; un movimiento de contestación de algunos de sus supuestos, que ya encontramos en el Romanticismo, en las Vanguardias artísticas, en los movimientos contraculturales del siglo XX. Esencialmente, el pensamiento postmoderno nos permite ver la historia de nuestro tiempo como un repertorio de teorías emancipatorias no cumplidas. Auschwitz, Hiroshima, son hitos que marcan ese incumplimiento sin retorno, pero también lo son, en el plano ambiental, Chernobil, Bhopal... Por no hablar de cuestiones de tipo estructural, como el sometimiento de los sectores pobres del planeta (el Sur) a los dictados del Norte, en el escenario de un mundo globalizado.
Algunos expertos consideran que 'el cambio de la añoranza de la unidad a la celebración de la diversidad' constituye la modificación más drástica producida en el tránsito de la Modernidad a la Postmodernidad (1). Lo postmoderno se ha ido abriendo paso como 'otra forma de ver la vida y de estar en ella'. Si yo tuviera que expresarlo (y debo hacerlo, con la brevedad que requiere este capítulo), diría que consiste en ver el mundo desde dentro y no desde fuera; en contemplarlo desde abajo y no desde arriba; en vivirlo desde las orillas y no desde la centralidad hegemónica que caracteriza a nuestro tiempo; también en aceptar la complejidad y pluralidad de lo vivo como una condición para el equilibrio dinámico del sistema en su conjunto.
En cuanto a la 'utopía', parece oportuno aclarar que este concepto no hace referencia a algo imposible de alcanzar, sino precisamente a aquello que no se encuentra en el "tópos" (el lugar en que estamos) pero puede ser considerado como un horizonte liberador. Paolo Freire llamó a estos ideales utópicos 'inéditos viables', cuestiones que están sin actualizar pero cuyo desarrollo es posible negociando y forcejeando con las condiciones del entorno. Lo utópico será, pues, a lo largo de este capítulo, ese 'horizonte de referencia' que señala históricamente los caminos a seguir, las etapas y sus recorridos... Una utopía que no ignora los límites y condiciones de la realidad pero que los supera a través de 'un proceso emancipador y creativo' en el que naturaleza y mujer son consideradas como sujetos.
Y, una vez que hemos aclarado estas cuestiones conceptuales, nada mejor para entrar en el tema que hacerlo desde esas mismas orillas, las que contienen todo aquello que el sistema no considera central (hoy día podría decirse que, en la sociedad de la globalización, todo lo que no cotiza en el mercado...). Y tanto la naturaleza como el trabajo femenino gozan de esa condición. La primera, porque ha llegado a ser considerada como un simple repertorio de "recursos" y un sumidero de desechos. Las mujeres, porque su trabajo, tal como se desarrolla mayoritariamente en el mundo, es, en gran parte, 'un quehacer de cuidado' que el mercado no ve y que, por tanto, no es valorado socialmente.
(Notas):
(1) Véase Welsch, W. (1997): "Topoi de la posmodernidad", en Fischer, H. R. 'et al.': 'El final de los grandes proyectos'. Gedisa. Barcelona.
(Catarata)