Mujer y medio ambiente: los caminos de la visibilidad. Utopías, educación y nuevo paradigma (coord. María Novo) [Entrega 6]

- La mirada patriarcal sobre mujer y naturaleza.

Desde una mirada colonizadora, propia del pensamiento hegemónico del mundo moderno, la sociedad patriarcal contempla a la mujer y a la naturaleza "desde fuera", otorgándoles el papel de 'objetos' del discurso.

La dedicación generalizada de las mujeres a la reproducción y producción doméstica ha reducido históricamente su posibilidad de disponer de sus capacidades para dirigirlas al trabajo remunerado, de modo que, cuando las mujeres desempeñan el trabajo doméstico de forma exclusiva, acceden a los recursos por medio de otra persona, lo que hace que se las vea como un 'colectivo dependiente e improductivo', pese a la carga de trabajo que soportan.

El hecho de que las sociedades modernas hayan designado durante siglos los espacios domésticos como exclusiva responsabilidad de las mujeres ha sido doblemente injusto, no sólo por lo que significa en cuanto a una asignación prefijada de roles, sino también porque, por largo tiempo, no se las ha reconocido tan siquiera como "titulares" de ese ámbito doméstico para las decisiones inherentes al mismo (patrimonio, testamento...), que históricamente quedaban reservadas a sus congéneres varones. El mecanismo de sometimiento que estos planteamientos conllevan sólo encuentra explicación a partir de las "ventajas" que ha reportado a la sociedad patriarcal en la convulsiva evolución de la civilidad (1).

En efecto, con la constitución del Estado moderno se fijaban las representaciones sociales de los atributos ciudadanos como las cualidades del sujeto del contrato social. Y éste resultaba ser un sujeto masculino, con capacidad para representar y ser representado en los fueros políticos. De este modo, los espacios público-privados iban siendo asignados al colectivo masculino y al femenino de forma bien diferenciada, que otorgaba carácter dominante a un género y condenaba al otro por la vía de la no participación (2).

La asunción de los roles que se derivan de esta división de los derechos y deberes de los seres humanos comienza a hacerse muy pronto, en la infancia y la familia, y no sólo mediante el lenguaje sino también a través de actos cotidianos, hábitos y comportamientos, en los cuales se reiteran y afianzan estos mecanismos de reproducción social a través del reparto de tareas y conductas, de la división de responsabilidades y de la interiorización de todo un universo simbólico que adjudica distintos papeles a hombres y mujeres. En este proceso, como señala Soledad Murillo, nuestra primera socialización no cuenta con mensajes explícitos. La cotidianidad no se piensa, se actúa, y aquí reside su fuerza (3).

Los cambios para salir de esta situación se han hecho necesarios, por tanto, no sólo en el ámbito de lo público (del reconocimiento de derechos y deberes), ni de lo económico (la independencia de ingresos), sino en el más profundo territorio de lo privado y doméstico, allí donde, mediante roles aprendidos, se reproducen y consolidan los sutiles mecanismos de división artificial del trabajo.

"Para combatir la opresión de las mujeres ya no basta con exigir únicamente la emancipación política y económica de éstas. También es necesario poner en cuestión las relaciones psicosexuales de las esferas doméstica y privada dentro de las que se desarrolla la vida de las mujeres, y a través de las cuales se reproduce la identidad de género (4)".

En algunos contextos, como el occidental, la resistencia femenina y los esfuerzos de tantas y tantas mujeres para cambiar el estado de la cuestión han logrado que la sociedad patriarcal aceptase lo que aparentemente es 'un status de igualdad' en el campo socio-laboral pero que, visto más sutilmente, resulta ser tan sólo la incorporación de la mujer a 'un mundo de valores y prácticas masculinas' (tanto en las ofertas a las que se puede acceder en el empleo, como en los aspectos proyectuales, en los horarios, en los criterios de productividad que priman en las empresas...). La situación nos lleva a una pregunta: ¿es coherente con la utopía femenina una libertación del "segundo sexo" producida al precio de parecerse al "primero"...? (5) ¿Habremos conquistado las mujeres de Occidente simplemente un espacio regido por los valores masculinos, en el cual se quiere seguir colonizándonos?

Al mismo tiempo, aquellas mujeres que han podido y querido realizar, una actividad en la esfera mercantil generalmente se han visto obligadas a soportar el desempeño de la 'doble función'. Todo ello hace que, tanto la dependencia económica como la presión funcional que supone la doble tarea, representen una amenaza para su autonomía personal (6) y una dificultad añadida para que su actividad sea percibida adecuadamente desde el mundo masculino. En Occidente, y en las jóvenes generaciones, este panorama está variando bastante, por fortuna. Pero en el resto del mundo, e incluso aquí en algunas capas de la población, los roles que se adjudican a las mujeres siguen todavía este patrón histórico y encuentran grandes dificultades para el cambio.

Está claro que queda mucho camino por recorrer. Las mujeres con un empleo remunerado han conquistado un 'espacio', han ocupado un "nicho ecológico" en un mundo regido por la lógica masculina, pero tienen pendiente la 'redefinición de las reglas del juego' y, lo que es muy importante, 'la conquista del tiempo', la posibilidad de vivir y proyectar la vida en tiempos largos, circulares, más cercanos a la lógica de la naturaleza. Tiempos para relacionarse en una escucha compartida, para contemplar la vida sin prisas...; tiempos en los que pueda florecer el diálogo, el silencio, la compañía..., los bienes relacionales que se producen sin costo alguno y son tan placenteros. Si las mujeres pudiésemos conseguir que el tiempo se ajustase a nuestras prioridades, habríamos conseguido un gran éxito histórico. Pero ahí tropezamos con un difícil reto sobre el cual queda mucho por hacer.

Estas consideraciones por lo que afecta al colectivo femenino. En cuanto a la naturaleza, ésta ha corrido, si cabe, peor suerte. Las sociedades patriarcales modernas se han caracterizdo por un comportamiento depredador, en el que la explotación de los bienes de la Tierra no ha estado sujeta ni a límites morales ni siquiera a los límites ecológicos que hablan de la capacidad de carga de los ecosistemas y de los tiempos de renovación de los recursos. La presión económica sobre la naturaleza ha sido, así, un motor de destrucción y creación de riesgos.

También aquí queda mucho por hacer. Los movimientos ecologistas y ambientalistas han defendido enérgicamente la necesidad de un desarrollo sostenible, que procese las "señales" de sobrepasamiento que está emitiendo el sistema global y que invierta las tendencias en cuanto a la sobreexplotación del agua, la contaminación atmosférica, el deterioro de los suelos, la extinción de especies... Los avances en la conciencia ambiental han sido espectaculares, pero no se han producido precisamente en los sectores que más destrucción provocan: los dirigentes de la economía mundial. El desafío de modificar las pautas de producción y consumo difundidas por el Occidente rico al resto del mundo es ahora urgente ante problemas como el del cambio climático, que implican enormes riesgos para la supervivencia de nuestra especie en términos de calidad de vida.

(Notas):

(1) Véase al respecto murillo, S. (2006): "Ser individuo o acatar los géneros", en 'Jornadas sobre la condición masculina', Ayuntamiento de Jerez de la Frontera.

(2) Véase ibidem.

(3) Véase ibidem.

(4) Scott. J. W. (1990): "El género: útil para el análisis histórico", en Amelang, S. J. y Nasch, M. (eds).): 'Historia y Género: las mujeres en la Europa Moderna y Contemporánea', Ed. Alfons el Magnánim, Valencia.

(5) Véase De Beauvoir, S. (1970): 'El segundo sexo', Siglo XX, Buenos Aires (Argentina).

(6) Frau, M. J. (2001): "Trabajo femenino y procesos de empobrecimiento de las mujeres", en Tortosa, J. M. (coord.): 'Pobreza y perspectiva de género', Icaria, Barcelona.

(María Novo, Catarata)